Otra
boca besa la boca que mi boca ya no besa
otras
manos tocan las manos que mis manos ya no tocan
otros
ojos se miran en los ojos que ya no ven mis ojos
…
Se
fue la boca, sí
se
fueron las manos, sí
se
fueron los ojos, sí
solo
queda el poema
manco
ciego
mudo
Esta
es una historia común, como miles, de un amor no correspondido, de una pasión ignorada.
No logro recordar la primera vez que supe de él. Busco y busco aquel momento
inicial en que lo vi, el instante preciso en que comencé a imaginarlo… y nada, solo
aparece la niebla. Soy un poco desmemoriada, ¿saben? –sí, yo también me he
dado cuenta-; lo que es preocupante si se trata de algo tan importante como ese
amor vano que me tuvo durante algún tiempo imaginando escenas, diálogos, reinventando
esta mirada, aquel gesto intencional. Cómo sufrí –y disfruté- esas tardes
melancólicas en el Malecón mirando al mar y a la ciudad, esas noches de
insomnio soñando con aquellas metáforas tan sutiles y claras y evidentes y
cinematográficamente insinuantes…
No
fue mi culpa. Juro que no soy de esas que andan por la vida buscando amores
imposibles para obcecarse con ellos. La verdad es que soy un poco más del tipo
de atracciones intensas pero efímeras, aunque debo reconocer dos o tres
pasiones que permanecen y sobreviven al paso de los años, ¿tal vez décadas?… En
fin, esta vez no fui yo, no buscaba obsesionarme con él. El responsable fue Enmanuel.
Toda la responsabilidad de mis desvaríos recaen sobre su conciencia, porque ¿cómo
se le ocurre presentarme a este pelirrojo ocurrente, a esta cabeza de
zanahoria? A mí, precisamente a mí, a esta personita a quien le bastaron apenas
tres líneas de aquella “Mi mano escribe
el poema/que mi boca no quiere repetir…”, para declararse adicta -y sin
esperanza de rehabilitación- de la poesía de Wichy, como me gustaba llamarle en la intimidad de… bueno, en la
intimidad y punto.
El
caso es que el día –no recuerdo cuál- que aquel profe habló del cubano Luis
Rogelio Nogueras -así como quien no le da importancia- dentro de otros
escritores latinoamericanos considerados postmodernistas, y, disciplinadamente,
anoté sus referencias para buscar luego sus poemas, no podía imaginar cuán
importante serían, cuánto me acompañarían en mis estados de ánimo, cuánto me
ayudarían a transitar por algunos de los recovecos del camino.
Entonces
no sabía qué era la poesía conversacional;
tampoco estaba al tanto de que una personalidad literaria como Eliseo Diego
lo considerara “uno de los poetas cubanos
que con más austeridad, delicadeza y amor se han acercado a la misteriosa
criatura que llamamos Poesía”; que Retamar estaba convencido de que su
libro juvenil Cabeza de Zanahoria era
“unos de los libros poéticos importantes aparecidos
en la Cuba revolucionaria”; e ignoraba lo que representó para las letras
cubanas el grupo de jóvenes poetas y escritores nucleados alrededor de El Caimán Barbudo. Les cuento que me
encapriché en hacer un trabajo para el profe Enmanuel. No importó que el curso
se dedicara a la literatura latinoamericana y no precisamente la cubana –pero…
Cuba es Latinoamérica ¿no?, fue mi argumento-; o que nos hubiéramos concentrado
en la narrativa y no la poesía –porque ni siquiera se me ocurrió hablar de su
novela policíaca-; no, yo quise abarcarlo todo, escribirlo todo, explicarlo
todo sobre Nogueras… y por supuesto, sufrí una indigesta literaria.
Después
del hartazgo y de aquel 3 en Literatura que me ha dolido tanto como aquel rechazo
amoroso de épico recuerdo, aprendí a dosificar
al Wichy particular que me fui reinventando retazo a retazo, o mejor, poema a poema. En estos últimos años fui
construyendo lo que se define como una “convivencia civilizada”, y creo que
después de tanto tiempo de romance tormentoso he llegado a encontrarle a cada
verso suyo un lugar y un espacio en mi vida.
Por
ejemplo, si estoy a punto de romper una relación –o ya la rompieron por mí- no
hay nada mejor que aquella “otras manos
tocan las manos que mis manos ya no tocan/otros ojos se miran en los ojos que
ya no ven mis ojos…”; pero eso es solo en el caso en que pretendo
regodearme en mi infortunio emocional, porque si lo que siento es rabia y lo único que deseo es desaparecerlo del mapa
o borrarlo de las páginas de mi vida y aparentar que nunca existió, entonces no
encuentro nada que se compare con aquel “y
tus magníficos ojos azules/ te los puedes meter por tu magnífico c…”; y de
erotismo no hablemos, porque debo confesarles que exploré esos “muchos modos de jugar” –en la cama, el
piso, la mesa del comedor, o el muro discreto de alguna esquina-, de “empujar”, y de otras cositas que
describe muy bien la poesía del Wichy. Podría hablarles más, mucho más, de mi
relación con sus poemas, pero me parece un poco aburrido, sería casi como
contarles el final de una película que apenas han comenzado a ver. Mejor los
dejo con dos de mis favoritos, aquellos que suelo recordar casi sin esfuerzo, y
de vez en cuando me dan lecciones de humildad e irreverencia:
Pérdida del poema de amor llamado Niebla
Ayer
he escrito un poema magnífico
Lástima
lo
he perdido no sé dónde
ahora
no puedo recordarlo
pero
era estupendo
decía
más o menos
que
estaba enamorado
claro
lo decía de otra forma
ya
les digo era excelentes
pero
ella amaba a otro
y
entonces venía una parte
realmente
bella donde hablaba de
los
árboles el viento y luego
más
adelante explicaba algo acerca de la muerte.
Naturalmente
no decía muerte decía
oscura
garra o algo así
y
luego venían unos versos extraordinarios
y
hacia el final
contaba
cómo me iba caminando
convencido
de que la vida comienza de nuevo
en
cualquier esquina
por
supuesto no decía esa cursilería
era
bueno el poema
lástima
de pérdida
lástima
de memoria.
Ojo pinta
Las estrategias se
preparan
para la guerra que ya
pasó.
Clausewitz
Me
hice viejo
pero
no sabio.
Todo
lo que aprendí sobre el amor
de
nada me sirvió.
Todo
lo que vi en el corazón de las mujeres
no
era todo lo que había en el corazón de
las mujeres.
Con
las piedras que tropecé
no
volví a encontrarme;
otras
nuevas me hicieron caer.
Cuando
me aparté diciendo
esa
perra ya me mordió
entonces
me mordió una gata.
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