-Consulté un
especialista de mayor profundidad… tú debes estar
ok, creí que era correcto que lo supieras. Mientras leía en la pantalla de su celular sin saber todavía
qué pensar, qué decir, qué sentir o cómo reaccionar, ella no imaginó entonces que
la próxima vez que tendría noticias suyas sería a través de otro mensaje,
enviado desde la mitad del mundo. Sí, de eso se enteraría tres o cuatro días
después; ahora tenía ante sí este mensaje, tan lacónico, tan clínico, que pretendía
ser exculpador de sabe dios qué otros asuntos no mencionados –bueno, ella sí los
sabía, o al menos podía suponerlos-, y no podía comprender que estaba ante el
cierre perfecta y dolorosamente absurdo de una historia que la había marcado
tanto que todavía estaba aprendiendo a vivir sin recordarla.
A algunos miles de kilómetros de distancia, él no sabía ya qué
hacer para conseguir apartar la mirada de aquellas fotos publicadas tiempo
atrás, cuando todavía había un nosotros
y ella podía imaginarlos envejeciendo juntos, así, sin hacer ningún esfuerzo, ¿cómo
dejar de mirarlas, cuándo dejarían de dolerle? Y casi como un autómata le escribió -Hay algo en esa foto que no me
gusta, ¿puedes eliminarla por favor?…